.

.
Suelten las amarras! y desplieguen las velas! A navegar el abismo
Mi Maga crece a la fuerza. Pobre niña ingenua. Le duelen las piernas de andar, pero no hay manera de parar. Es como cuando se gira, se gira, se gira y no se puede parar. Es vértigo, es adrenalina y es, probablemente, un golpe fuerte. Maga se cayó en Buenos Aires, con la cabeza hecha un candombe y las tripas revolucionadas. Maga vomita dolor ajeno, de ese que es amargo en la garganta porque no hay a quién echárselo. No se quiere echar a los verdaderos culpables, ombliguitos ciegos pintados de héroes con acuarela lavable. Vómitos de un peso que no es propio pero le ha tocado cargarlo, porque así lo han querido otros, y quizá mejor así. Porque es vómito de semillas que crecen rápido, y dan árboles fuertes, de raíces inmensas, de esas que aguantan tempestades.
A pesar de ello, Maga llora en la oscura Bs. As. perdida entre ratas y cloacas. Llora porque no sabe mucho, pero las cuatro o cinco banderitas que levantaba, se las han robado y pisoteado frente a su cara. Los colores se fueron desgastando, y aunque ahora se las devuelvan, las banderitas están corrompidas por un viento feroz venido del sur. Maga las toma, ¿Qué otra cosa puede hacer? Las toma y se enoja con ellas por no haber aguantado, por no resistir la tormenta de ombliguitos. La Maga llora por ella, por su confiable Uruguay, lejano e inocente. Que no daba para mucho pero era confortable. Ya no hay uruguaies que la salven, ahora tiene que aguantarse malos aires fríos.
Pero a la vuelta de la esquina está Horacio, y aunque no pueda verlo por allí anda, loco siempre, como la balada. Él no se olvida de la Maga, pero salir de la sudestada es una lucha sin ayudantes. Se pone a cantar bajito.
Mi Maga sigue el silbido bailarín de Oliveira, y aunque no sabe si lo va a lograr encontrar, termina siendo él quien la saque de los callejones de sudestada.
Maga le sonríe sin verlo y piensa que el sol está cerquita, aunque la tormenta lo disfrace de oscuro.
Maga le sonríe sin encontrarlo y le agradece por ayudarla a aguantar un poquito el dolor en las tripas que la hace crecer.


Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas la tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve esa manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera de todo,
déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy.scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado 
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.


No hay comentarios:

Publicar un comentario