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Suelten las amarras! y desplieguen las velas! A navegar el abismo

Me caigo y me levanto. Julio Cortázar

http://www.goear.com/listen.php?v=032081d
 (leído por él mismo)


¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído, si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño o en la ducha,  y si sospechamos lo recadente de nuestro estado: Cómo nos rehabilitaremos?
Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito. No toda recaída va de arriba abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosacuando ya no se sabe donde se está. 

Somos lo más que somos porque nos alteramos, salimos del barro en busca de la felicidad 
y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse; pretender la rehabilitación alterandose es una triste redundancia. Nuestra condición es la recaída y la desalteración y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera -que por lo demás ignoro-.
No solamente ignoro eso, sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos 
¿Cómo rehabilitarnos entonces si a lo mejor no hemos recaído todavía, y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados?

¿Cómo no?

Mi vieja amiga, ¿Cómo no voy a entenderte?
Pequeña vergüenza que sube por la panza,  choca con un poquito -yo sé, no me expliques, es poquito- de bronca hinchada; enferma de impotencia, que siempre está agarrada en la garganta. Es para que te calles, como yo. La impotencia de mirarme a la cara y entender que todo lo que puedas decir es en vano; una angustia poco amigable, poco entendible de que la suerte ya está echada, y ahora hay que aguantar la sudestada que se acerca.
¿Cómo no voy a saberte, a conocerte? Hermana mía, no estés lejos. Pareciera que caminamos para atrás, mirándonos con despedida, pero es mentira. No le creas a tu garganta, no le creas a tu panza. No. Es que en lo oscuro de la incertidumbre cuesta verlo, pero en realidad nos acercamos.
Ya sé, ¿Cómo no voy a verlo yo tambíén? Los pasos son chiquitos, y cuestan. Los pies tiemblan y trastabillan, al ritmo del miedo de creer que el avance es inapropiado, que la otra se aleja, mirando a ciegas para atrás. Pero no se así, no te dejes llevar por el camino defectuoso. No es un camino sin andar, vos ya lo conocés. Sí, si lo conocés. Es ese que se viene haciendo más ancho, más libre para nosotras, por eso cuesta nada más. Es aquél que construimos desde hace tantos años que ya lo perdimos de vista, confiadas y ciegas de nuestros propios dolorcitos de panza. Pero no pares, yo también me acerco.
¿Cómo no voy a entenderte, hermana mía, si yo vivo lo mismo cada día en mi carne de gallina?
¿Cómo no voy a saberte? Si ya no sos mi vieja amiga, mi hermana. Si estas piedras que te golpean las rodillas también me golpean a mí, si el calor que te quema el cuerpo desde arriba, también me tiene afiebrada? Es que ya no sos alguien ajeno, a quien descubrir. Nunca lo fuiste.
¿Cómo no voy a comprenderte, pedacito de mi alma?

13

explicar con palabras de este mundo 
que partió de mí un barco llevándome 


19

cuando vean los ojos 
que tengo en los míos tatuados


Alejandra Pizarnik, Árbol de Diana

V

Pero, ¿No lo ves?
De repente el invierno sube desde los dedos. Baja desde los labios.
Este oxímoron ridículo en la garganta, estas manos pobres.
Desde hace mucho, ¿No lo ves?
Las distancias se hacen cortas cuando se ve bien:
Sentada en el manubrio, del otro lado de la mesa.
Peor aún es ahora: mucho más cerca.
Atrás del oído, adentro de los ojos, pegado a la garganta.
No quiero que te vayas,
En serio, ¿No lo ves?
Mi Maga crece a la fuerza. Pobre niña ingenua. Le duelen las piernas de andar, pero no hay manera de parar. Es como cuando se gira, se gira, se gira y no se puede parar. Es vértigo, es adrenalina y es, probablemente, un golpe fuerte. Maga se cayó en Buenos Aires, con la cabeza hecha un candombe y las tripas revolucionadas. Maga vomita dolor ajeno, de ese que es amargo en la garganta porque no hay a quién echárselo. No se quiere echar a los verdaderos culpables, ombliguitos ciegos pintados de héroes con acuarela lavable. Vómitos de un peso que no es propio pero le ha tocado cargarlo, porque así lo han querido otros, y quizá mejor así. Porque es vómito de semillas que crecen rápido, y dan árboles fuertes, de raíces inmensas, de esas que aguantan tempestades.
A pesar de ello, Maga llora en la oscura Bs. As. perdida entre ratas y cloacas. Llora porque no sabe mucho, pero las cuatro o cinco banderitas que levantaba, se las han robado y pisoteado frente a su cara. Los colores se fueron desgastando, y aunque ahora se las devuelvan, las banderitas están corrompidas por un viento feroz venido del sur. Maga las toma, ¿Qué otra cosa puede hacer? Las toma y se enoja con ellas por no haber aguantado, por no resistir la tormenta de ombliguitos. La Maga llora por ella, por su confiable Uruguay, lejano e inocente. Que no daba para mucho pero era confortable. Ya no hay uruguaies que la salven, ahora tiene que aguantarse malos aires fríos.
Pero a la vuelta de la esquina está Horacio, y aunque no pueda verlo por allí anda, loco siempre, como la balada. Él no se olvida de la Maga, pero salir de la sudestada es una lucha sin ayudantes. Se pone a cantar bajito.
Mi Maga sigue el silbido bailarín de Oliveira, y aunque no sabe si lo va a lograr encontrar, termina siendo él quien la saque de los callejones de sudestada.
Maga le sonríe sin verlo y piensa que el sol está cerquita, aunque la tormenta lo disfrace de oscuro.
Maga le sonríe sin encontrarlo y le agradece por ayudarla a aguantar un poquito el dolor en las tripas que la hace crecer.


Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas la tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve esa manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera de todo,
déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy.scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado 
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.