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Suelten las amarras! y desplieguen las velas! A navegar el abismo

Encuentro (Parte II)

- Quiero que recuerdes alguinos amigos- dijo, cínica, Emilia.
Y de pronto comenzaron a evaporarse cuerpos. Algunos estaban formados de palabras, otros simplemente de espuma.
Poco a poco fueron materializándose y ocuparon sitios alrededor de ella, que sólo me miraba atentamente.
Luego de una extensa charla que, por temor creo, omití, la Emilia a la que me enfrentaba había tomado la forma del miedo, y sus gritos penetraban en mis oídos dolorosamente
- ¿NO MERECE, ÉL TAMBIÉN UN POCO DE RESPETO? ¿O DE CARIÑO?, ¿ESTÁS SEGURA QUE PODÉS DÁRSELO, Y NO LASTIMARLO UNA VEZ MÁS?
- Entendeme, quiero que estés y que no estés. Alejate pero mantenéte cerca. Hace tu vida pero no me olvides. Tenemos un futuro juntos, pero no es éste. Sigo enamorado de vos, pero quiero olvidarte..- una a una, las contradicciones salían en un mismo hilo de su boca, y pasaban, así hiladas, a mi alrededor. Enredándose. Encerrándome.
A medida que se cerraban más contra mí, aparecían en la habitación varios recuerdos que mi mente había mantenido guardados. Pero cuando yo los observaba, los personajes cambiaban, y así, en lugar de ser yo quien los vivía junto a él, eran muchachas que cambiaban de forma constantemente, y se remodelaban.
Mi sentido táctil recordaba mi mano tomando la suya, pero ya no me pertenecía.
Lo mismo con el gustativo, de un helado compartido; el sonoro, de su música y sus risas; el olfativo, del perfume de su cuello, y la cercanía para sentirlo. En todos, ahora eran otras las que ocupaban mi pasado lugar, y él sonreía por eso.
Cuando la habitación estuvo llena de imágenes superpuestas, palabras enredadas y preguntas hiladas ahorcándome alrededor; cuando mis sentidos golpeaban cada parte de mi cuerpo, y los gritos y lágrimas lastimaban mi cara, todo estalló.
En un fuerte estruendo e insaciable luz, Emilia hizo explotar todo. Y todas las personas que hasta ahora habían ocupado la pequeña sala gris se desvanecieron en el estallido.
Sólo entonces, quedó ella, mirándome frente a la mesa, con la primera luz gris. Emilia me miraba y se sonreía, y yo entonces, fui presa del miedo.

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